Hablaremos, desde una perspectiva liberadora de las
mujeres comprometidas con el evangelio, aquellas que no se dejaron poner el
sello de lo “establecido” por el poder “patriarcal”, que no dieron su brazo a
torcer frente a las distintas injusticias que percataban, de aquellas mujeres
junto con hombres de valor que se identificaron con el Camino de Jesús que era totalmente
diferente al que conocemos actualmente.
Las
mujeres constituían un brazo particular de ese camino que Jesús emprendió
–deducimos por los cristianismos originarios dándole una relectura a los
contenidos- para dar a conocer su ministerio a favor de los pobres y
desposeídos. No era nada fácil para unas mujeres campesinas de la tierra
palestinense ejercer una figura protagónica en medio de una concepción
conservadora de los grupos religiosos dominantes y del poder político
excluyente.
Jesús vio
en las mujeres una mirada decisiva de aceptación de su mensaje liberador de la
“gran opresión” a la que todos y todas estaban pasando. Lo que realmente vio
Jesús en las mujeres comprometidas con su movimiento fue su espíritu de
entendimiento, desprendimiento, coraje, por ver ellas en ese hombre galileo una
mirada introspectiva de su sentimiento de amor verdadero hacia ellas y la
comunidad.
Los
hombres por su parte, establecían su otro brazo, estaban comprometidos sí,
hasta que no hubieran problemas, desde luego, eran más “fanfarrones” hablaban
mucho, cuestionaban todo, daban muchas vueltas, y los resultados poco
favorables –algo parecido a la realidad actual- al camino establecido por Jesús
que era el ¡Reino de Dios! Que no es otra cosa que: ‘la dignidad humana y el
bien común’, -en palabras más o menos de Albert Nolan- eso para nosotros era su
ministerio; no estamos hablando de la presunción griega de un cielo como tal.
“La
certeza de la resurrección que caracteriza al movimiento cristiano primitivo
–originario- se debe al éxito misionero de las primeras testigas y testigos de
la resurrección. En este punto, partiré del texto de la resurrección de Lucas
24,1-12, siendo que Lucas presenta esta historia de manera diferente a aquellas
narradas por Marcos y Mateo. `Mateo corrige el silencio de las mujeres
marcanas en el episodio de la tumba vacía (Marcos 16,1-8) y, contrariamente a
Lucas, las mujeres mateanas se benefician de la visión y de las palabras del
Resucitado quien les pide que lleven la noticia de la resurrección a las once.
Cosa que ellas harán a toda prisa (Mateo 28, 1-10; cf. Lucas 24, 1 -12)’.
En Lucas
las mujeres aparecen vinculadas a la proclamación del Reino de Dios, a los
anuncios de la pasión, están presentes en la crucifixión y sepultura de Jesús,
en la tumba vacía el domingo de resurrección y en el aposento alto, en espera
de la realización de la promesa del Espíritu Santo. Aunque la responsabilidad y
organización de la misión corresponde a los Doce, Lucas afirma la presencia y
la participación activa de las mujeres en los acontecimientos fundadores y
constitutivos de la Kerigma. Esta afirmación contradice la interpretación
tradicional según la cual Lucas en este episodio de Lucas 24, 1-12, tendría el
interés en disminuir la importancia de las mujeres en el anuncio de la
resurrección, al revelar la incredulidad de los apóstoles.
El
evangelio de Lucas nos cuenta que Jesús partió con un grupo de discípulas y discípulos,
desde Galilea hasta Jerusalén proclamando la Buena Nueva del Reino de Dios
(Luc. 8, 1-3) sabiendo incluso que estaba arriesgándose a una confrontación con
las autoridades judaicas y el poder romano –judeoromano- que ejercía dominio
sobre Jerusalén (12, 4-5). Jesús incluso, llega a advertir a sus discípulas y
discípulos sobre el miedo que generaría esa confrontación y que llevaría
incluso a que algunos lo abandonaran. Jesús fue crucificado por los romanos
como un agitador político. La crucifixión era para intimidar al pueblo, por
eso, muchas de las discípulas y discípulos huyeron, y Pedro incluso, lo negó.
En el
camino al calvario, Lucas nos narra que una gran multitud del pueblo y mujeres
lo seguían hasta el calvario demostrando su solidaridad (Lc. 23, 26-30). ¿Cómo
interpretar el coraje de las mujeres siendo que, quien mostraba simpatía y
solidaridad por un crucificado y lloraba su muerte, podría ser preso, torturado
y muerto?
‘La
reacción de los discípulos y discípulas ante la ejecución de Jesús fue muy
diferente. Mientras los varones huyen, las mujeres permanecen fieles y a pesar
de que los romanos no permiten ninguna interferencia en su criminal trabajo,
asisten desde lejos a su crucifixión y observan más tarde el lugar de su
enterramiento’.
Lucas nos
narra este episodio donde las mujeres aparecen no solo como observadoras a
distancia sino como próximas a Jesús, pues les dirige la palabra. Entre estas
mujeres cuyo número no se ha precisado, tres son evocadas: María Magdalena,
Juana y María la madre de Santiago. Estas mujeres y las “otras” son las
primeras en recibir el mensaje de resurrección de Jesús (Lc. 24,4-6), en ser
testigos oculares de la tumba vacía (Lc. 24,2-3) y en llevar y difundir, la
noticia concerniente a la resurrección de Jesús (Lc. 24,9).
Es en el
final del evangelio que Lucas hace un resumen del seguimiento de las mujeres
Galileas y de los pasos decisivos emprendidos después de la muerte de Jesús en Jerusalén.
Ellas venían siguiéndolo desde Galilea (Lc. 8,1-3). Desde el principio hasta el
final (Lc. 23, 55-56). Y su seguimiento se da a través del servicio, entendido
en Lucas como una práctica solidaria del amor al prójimo. Ellas son “servidoras”.
‘La presencia de las mujeres en el grupo de discípulos no es secundaria o
marginal. Al contrario. En muchos aspectos, ellas son modelo del verdadero
discipulado…[1]
JAIRO
OBREGÓN.
03/05/2014
San Francisco, Venezuela
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