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lunes, 29 de octubre de 2018

EL PERRO EL CHIVO Y LOS TIGRES

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Me es un gran privilegio poder compartir este Cuento  ¡El Perro el Chivo y los Tigres! del gran Aquiles Nazoa (1920-1976), escritor, ensayista, poeta y humorista venezolano para el librepensamiento. Veamos.

En dos solares vecinos y separados por una pobre empalizada que les permitía hablarse todos los días, vivían de un lado un perro y del otro un chivo. El chivo se la pasaba suelto triscando en el corral; pero el perro, como era bravo, lo tenían encadenado. Como el perro quería escaparse, se la pasaba hablándole al chivo de las cosas fabulosas que había fuera de sus corales y lo sabroso que sería salir a recorrer mundo. Para tentarlo le decía qué sabrosos deben estar ahorita esos montes verdecitos cubiertos por todas partes de cogollos tiernos y esas chivotas blancas comiéndoselos para poner bien buenasmozas; que si qué bonitos se ven desde aquí aquellos cerros que deben tener esa tierra coloradita de bachacos. 

El chivo escuchaba aquello y se le ponía esos ojotes, sobre todo cuando le hablaba de las chivas y de los bachacos, que son las dos cosas que más les gustan a un chivo en este mundo. El perro lo sabía, y después de que le adornaba hasta hacerle agua la boca las pinturas de la vida que los dos llevarían por ese mundo si fueran libres, lo tentaba a tirar la parada diciéndole:

-Lo único que usted tiene que hacer es soltarme a mí con los dientes y acompañarme.
 
Pero el chivo era muy cobarde y siempre se oponía a los planes del perro. Todos los días el perro le dedicaba la misma cantaleta, y aunque se les salían los ojos de las ganas que le daban, siempre contestaba:

-Uhm, vale, perro, todo eso que usted me cuenta es muy bonito, pero a mí me da mucho miedo salir. Por ahí hay mucho animal malintencionado.

A lo que el perro era muy bravucón, lanzaba tres gruñidos bien fuertes y le retrucaba con esos dientes bien pelados:

-No hombre, no tenga miedo, vale chivo. ¿Usted cree que a mí me tienen esta cadena en el pescuezo por lujo? Es que hasta el amo me tiene el miedo por hereje, y por eso me recogió desde chiquito.

Otros días, cuando el chivo se encontraba más distraído comiéndose un pedazo de trapo o buscando en el suelo a ver si encontraba una cueva de bachacos, el perro siempre con su idea en la cabeza, lo sorprendía a boca de jarro:

-¿Qué hubo vale chivo? ¿Se decide?

Y el chivo no contestaba enseguida, sino que se quedaba como si estuviera consultando con su conciencia, y después de mucho pensarlo le salía con lo mismo.

 –No, vale perro; todavía no. Voy a pensarlo un poco más.

Y pasaba un día y otro día, pasaba el tiempo, y el perro seguía con su cuestión y el chivo no y no. Hasta que, por fin, una tarde el perro parece que estaba más inspirado y logró convencer al chivo con sus historias y su labia.

–Bueno, vale chivo –le dijo entonces el perro al chivo; -ya que estás decidido…quítame esta cadena.
 
El chivo le quitó la cadena al perro y los dos se fueron a recorrer mundo. El perro iba escotero; llevaba nada de bastimento; pero el chivo sí llevaba el hocico metido dentro de un morralito de maíz con las puntas amarradas de cacho y cacho. Ese es el “porsiacaso” de los chivos. Cuando se lo ponen parecen que andan con una careta. Camina que camina, ya había recorrido muchas leguas de sabana y la tarde estaba cayendo, cuando al desembocar en una ceja de monte, divisaron en el suelo una cabeza de tigre toda llena de sangre.

Ver el chivo aquella cabezota y ponerse a temblar del miedo fue una. Y patica pa qué te tengo, se echó a correr por esa sabana, y el perro atrás llamándolo hasta que por fin lo alcanzó, y trayéndolo por una oreja se puso a convencerlo:

-No sea zoquete, hombre, ¿no ve que esa bicha es de tigre muerto que ni cuerpo tiene?

El chivo no se encontraba muy convencido, pero así y todo el perro logró hacer que recogiera la cabeza y la metiera en el morralito junto al maíz, y de hecho esto siguieron su camino.

–Usted va a ver que esta cabeza nos va a ser muy útil compañero –le dijo el perro.

 Ya de nochecita estaban bien cansados cuando, sin darse cuenta, fueron a dar a la entrada de una cueva, donde una familia de cómo cinco tigres mariposos estaban comiéndose un burro que habían matado esa tarde. Cuando los tigres vieron venir a los viajeros que se acercaban, se pusieron contentísimos y empezaron a decir con esa chocancia:

-Caray, mire lo que viene ahí. Pasen adelante, amigos; a buena hora llegan porque no teníamos el seco para hoy.

 El chivo, al ver a los tigres y oír esa ronca, paralizado como estaba por el miedo, se quedó a prudente distancia. Pero al perro no se enfrió el guarapo. Al contrario, se sacó el pechito y se enfrentó muy fresco con los tigres.

– ¿Quién es el jefe aquí, ah? - ¿Y a ti qué te importa eso, cagoncito? – No, yo para señalarle una cosa. ¿Qué cosa? - ¿Ah, usted es? Bueno: ¿usted ve aquella cabezota que trae el chivo en el moral? Esa es la del tigre más chiquito que hemos matado hoy.
 
Y llamó al chivo. El chivo sabía que si corría estaba perdido y en aunque casi no podía moverse con el temblor que tenía, se acercó a la llamada del perro.

El perro sacó la cabezota del tigre del morral, y con una gran bravuconería la colocó en el suelo ante la admiración y el terror de los tigres, que ahí mismo se pusieron chiquititos y no hallaban qué zalamerías y agasajos hacerles para que les perdonaran la vida. Les sirvieron la mejor comida que tenían. Los viajeros comieron hasta no más poder, y el perro entre bocado y bocado soltaba los ladridos más roncos  que tenía en su repertorio, cosa que hacía que a los tigres se les destiñeran las manchas de tan pálidos que se ponían. Ya bien entrada la noche, el perro le preguntó a unos de los tigres:

-¿Y a dónde duermen ustedes? – Allá arriba, en aquella trojita –le contestó humildemente el tigre. ¿Y suben…? – por ese tronco que está ahí –contestó más humilde todavía. –Está bien –tronó el perro-. Nosotros necesitamos la troja por esta noche. Ustedes dormirán abajo. –Lo que usted mande –contestaron todos los tigres.

Enseguida el perro subió a la troja por el tronco. Pero el chivo, al verse solo entre las fieras, le entró otra vez el miedo y empezó a temblar de nuevo. Viéndolo con ese temblor, uno de los tigres dijo con burla:

-Guá, ¡adiós carrizo! El maestro como que está temblando. A lo que perro contestó desde arriba: -Ese tiembla de lo puro bravo que está. Modere ese carácter, vale chivo, y véngase a dormir.
 
El chivo ya había empezado a subir; pero, qué va. ¿Usted cree que podía? Sea porque el temblor no lo dejaba, sea porque tenía las pezuñas muy afiladas, cada vez que trataba de afincarse en el palo se resbalaba.

–No haga tanto ejercicio y suba ligero –le gritó al perro desde la troja.

Animado por lo que el chivo logró al fin subir.

¡Concha! Con que esa amoladita que les dio le quedaron esas pezuñas como uno cuchillos –le dijo el perro-.

Eso debe ser para equipársela con los cachos, porque esos cachos suyos cortan un pelo en el aire. Los tigres escuchaban esto abajo y se quedaban calladitos, mirándose medrosamente  unos a otros. Al poco rato los tigres, que se habían acostado abajo, se durmieron y empezaron a roncar. Pero el chivo, nada que dejaba que el perro cogiera el sueño.

–En buen berenjenal me metiste –le reclamaba –yo estoy temblando de miedo…pero, chico, no seas cobarde; duérmete y déjame ¡carrizo!
 
Así estuvieron hasta la media noche. Por fin, el sueño venció al chivo; pero como no acababa de quedarse dormido cuando comenzó a soñar que millones de tigres con las bocatas abiertas venían a comérselo. Se despertó dando un berrido, y soltó un brinco que hizo que se desbandaran los palos de la troja, armado de gran escándalo y cayendo el pobre chivo de bruces al suelo en medio de los tigres. Con las mismas se despertó también el perro, y dándose más o menos cuenta de lo que pasaba, rápidamente le gritó al chivo con un vozarrón: 

-¡Así es, compañero! ¡Agarre usted el más grande, que yo me ocupo de los demás!

Y los tigres, tan sorpresivamente despertaron, confundidos por lo que estaba pasando, al ver al chivo encima y oír la gritería del perro, dijeron la pistola, y paticas pá qué te quiero salieron a la desbandada, para la mañana siguiente amanecer contándose unos a otros que se habían salvado de milagro. Mientras el perro y el chivo, ya lejos del lugar, continuaban su camino muerto de risa.

¿Qué piensa usted de este cuento?

En esto pensad.

JAIRO OBREGÓN

28/10/2018

Maracaibo, Venezuela.

http://intiamaru79.tumblr.com/post/17301818239/el-perro-el-chivo-y-los-tigres-aquiles-nazoa