El ser humano se acostumbra fácilmente a casi
todo en la vida cotidiana. Es frecuente que cuando pasa algo fortuito se
asuste, apesadumbre y se retraiga. Su instinto del miedo o del terror lo
paralice por un momento, pero, superada la situación su tendencia natural es
pasarla por alto en ciertas y determinadas circunstancias. Esto es comprensible
y los profesionales de la salud emocional podrán dar sus resoluciones.
“Aquello que vemos y vivimos a diario,
terminamos asimilándolo como: “Lo normal”. La cotidianidad de un fenómeno, su
repetición, lo convierte rápidamente en parte de la normalidad. Por eso en muchos
lugares del mundo la violencia se está naturalizando: Proceso por el cual ciertos fenómenos
y pautas de comportamientos son considerados como el modo de ser de las cosas
en el mundo, como parte esencial de la naturaleza de la sociedad. Es responsable
del mantenimiento y facilitación de circunstancias propias de la vida cotidiana
y también de la aceptación de aspectos negativos que pueden hacer difícil,
cuando no insoportable, la vida de las personas.
Es por
todo esto que creemos necesario mostrarle a los niños del mundo; otro mundo. Un mundo sin violencia. Algo
más sobre la naturalización de la violencia…para pensar.
El
proceso de naturalización de la violencia
se apoya básicamente en algunas construcciones culturales de significados que
atraviesan y estructuran nuestro modo de percibir la realidad. Entre ellas,
podemos citar como relevantes: Las
concepciones acerca de la infancia y del poder adulto (se ha concebido
históricamente a la infancia como sometida al poder de los adultos, entendido
como instrumento de dominación y no como formas del cuidado y la protección.
Cuando
esta subordinación deviene en abusos y maltratos, se convierte en el primer
modelo de violencia para los niños). Los estereotipos
de género (construcciones culturales que adjudican a lo masculino y a lo
femenino rasgos que deben adoptarse en el proceso de incorporación a la
cultura). La homofobia cultural (la
inteorización de la homofobia como actitud estructurante de las relaciones
sociales es un proceso psicológico que comienza a edades muy tempranas, cuando
el niño (niña) pequeño percibe la alarma que produce en su entorno cualquier transgresión
a las pautas estereotipadas de comportamiento masculino.
Todas
estas construcciones se apoyan en dos ejes conceptuales: estructuración de jerarquías y discriminación a lo “diferente”.
Según
las conocidas investigaciones acerca de los parámetros culturales de la “normalidad”,
la misma se define coincidente con la descripción de varón adulto de raza
blanca y heterosexual. Por lo tanto la violencia dirigida hacia niños, niñas,
mujeres, minorías sexuales o étnicas, tiende a justificarse como un modo de
ejercer control sobre todo aquello que se aparte del paradigma vigente o que
amenace sus bases.
Las
instituciones no son ajenas a la construcción de significados que contribuyen a
naturalizar la violencia. Sirva como ejemplo el hecho de que han pasado siglos
antes de que existieran las leyes de protección a las víctimas de la violencia
domestica. Las instituciones educativas durante gran parte de la historia han
utilizado métodos disciplinarios que incluían (y en algunos casos todavía incluyen)
el castigo físico. Las instituciones del sector salud todavía se resisten a
reconocer el efecto de la violencia sobre la salud física y psicológica de las
personas. Los medios de comunicación continúan vendiendo violencia cotidiana. Los
gobiernos todavía no incorporan el problema de la violencia domestica a las
cuestiones de Estado.
Todo
ello forma un conjunto de acciones y omisiones que tiene como resultado la percepción
de la violencia como modo normalizado de resolver conflictos interpersonales.” [1]
Naturalizar
o normalizar la violencia generada por todas las manifestaciones de las luchas
de clases es algo para reflexionar en este mundo –occidental- que su lógica es
dominar para destruir. Las diferentes formas de violencia son un estudio serio
que debe darse en toda la sociedad. Tenemos una sociedad enferma de antivalores
donde los unos a los otros compiten para apropiarse del otro/a y menoscabar la
presencia del otro/a que es diferente o porque no tiene lo que se quiera
conseguir. El peligro es la destrucción de la vida para robarle lo que se
considera que no debe llevar. Estamos en una sociedad enferma de esos valores
de consumo y por el consumo son capases de todo.
Pidamos a Dios en todas las
formas que podamos concebirlo convivir en paz los unos a los otros viviendo
como hermanos/as en otro mundo diferente, el mundo del amor, y no del odio.
Dios guárdanos del mal. Amén.
JAIRO OBREGÓN
09/01/2014