Entramos a la Semana Mayor
que comúnmente la conocemos como la “Semana Santa”. Esta es una fecha de asueto
para viajar, compartir, descansar y reflexionar. Los templos e iglesia de las
distintas confesiones del Cristianismo –confesiones históricas como la Católica
Romana, la Ortodoxa Rusa, la Iglesia (s) Protestantes y la Iglesia (s)
Pentecostales y sus ramificaciones, divisiones y sub divisiones, e
independientes y laicos, en fin- todas en su mayoría relativa fundantes tienen
que ver con la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús el Mesías de Dios y de la
humanidad.
Mucho se ha escrito –y se
seguirá escribiendo- acerca de Jesús y su Misión. Son ríos de tinta que ha
pasado marcado en la historia sobre los acontecimientos relacionado con su vida,
con relación con su pueblo –sobre todo su pueblo pobre y necesitado-, y de lo
que dijo e hizo Jesús hasta lo que no dijo no hizo Jesús como contrapuestos.
Me siento honrado como
seguidor de Jesucristo llamado el Mesías, cristiano laico, teólogo laico, bajo
la perspectiva del amor de Dios a toda la humanidad y del evangelio como
respuesta liberadora a favor de los pobres: “porque
a los pobres se les anuncia el evangelio”. Creo que debe haber pan y paz a
todos los pueblos empobrecidos –ningún pueblo es pobre siempre tiene algo y se
los han quitado-. “Con los pobres de la tierra mi suerte quiero echar”, como
dijo José Martí, apóstol de Cuba.
Leonardo Boff, uno de los
mejores exponentes de la (s) Teología (s) de la Liberación, del Pluralismo Religioso
y defensor ecológico de la Madre Tierra. Boff, relata en un artículo: Como
anunciar hoy la Cruz de nuestro Señor Jesucristo que reescribo de su
autoría para la reflexión en esta Semana Mayor. Veamos.
Cambian los clavos, otros
son los verdugos; Cristo es crucificado y agoniza en los pobres, oprimidos y
pequeños. ¿Cómo denunciar hoy los verdugos? ¿Cómo alentar a la “turbamulta” que
es, en su inconsistencia, seducida y manipulada por la destreza de las raposas
de este mundo? ¿Cómo traducir, en la predicación, la primicia paulina de la
sabiduría de la cruz?
Inicialmente es preciso
ampliar nuestra comprensión de la cruz y de la muerte. Muerte no es solamente
el último momento de la vida. Es la vida toda que va muriendo, limitándose,
hasta sucumbir en un límite último. Por eso preguntar: ¿Cómo murió Cristo?
Equivale a preguntar: ¿Cómo vivió? ¿Cómo asumió los conflictos de la vida?
¿Cómo acogió el caminar de la vida que va hasta terminar de morir? Él asumió la
muerte en el sentido de haber asumido todo lo que trae la vida: alegrías y
tristezas, conflictos y enfrentamientos, por causa de su mensaje y de su vida.
Algo semejante vale para la
cruz. Cruz no es solamente el madero. Es la corporificacion del odio, de la
violencia y del crimen humano. Cruz es aquello que limita a la vida (las cruces
de la vida), que hace sufrir y dificulta el andar, por la causa de la mala
voluntad humana (cargar la cruz de cada día). ¿Cómo soporto Cristo la Cruz? No
busco la cruz por la cruz. Busco el espíritu que hacia evitar la producción de
la cruz para sí y para los otros. Predicó y vivió el amor y a las condiciones
necesarias para que pueda haber amor, quien ama y sirve, no crea cruces para
los demás por su egoísmo, por la mala calidad de la vida que genera. Anuncio la
buena nueva de la vida y del amor. Se entregó por ella. El mundo se cerró a él,
le creó cruces en el camino y finalmente lo levantó en el madero de la cruz.
La cruz fue consecuencia d
un mundo cuestionador y practica liberadora. Él no huyó, no contemporizó, no
dejó de anunciar y atestiguar, aunque esto lo llevara a tener que ser
crucificado. Continuó amando, a pesar del odio. Asumió la cruz en fidelidad para
con Dios y para con los seres humanos. Fue crucificado por Dios (fidelidad a
Dios) y crucificado por los seres humanos y para los seres humanos.
LOS
SIGNIFICADOS ACTUALES DEL ANUNCIO DE LA CRUZ DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
1.
Empeñarse para que haya un mundo donde sea
menos difícil el amor, la paz, la fraternidad, la apertura y la entrega a Dios.
Esto implica denunciar situaciones que engendran odio, división y ateísmo en
términos de estructuras, valores, prácticas e ideologías. Esto implica anunciar
y realizar, en una praxis comprometida amor, solidaridad, justicia en la
familia, en las escuelas, en el sistema económico en las relaciones políticas.
Esto implica apoyar y participar en la gestación de las infraestructuras
económicas, sociales, ideológicas, psicológicas y religiosas que hacen posible
la justicia y la fraternidad. Este compromiso lleva como consecuencias crisis,
enfrentamientos, sufrimientos, cruces. Aceptar la cruz que viene de este embate
es cargar la cruz como el Señor la cargó en el sentido de soportar y sufrir por
razón de la causa que perseguimos y de la vida que llevamos.
2.
El sufrimiento que se padece en este empeño,
la cruz que se tiene que cargar en este camino, es el sufrimiento y el martirio
por Dios y por Su causa en el mundo. El mártir es mártir por causa de Dios. No
es mártir por la causa del sistema. Es mártir del sistema, pero para Dios. Por
esto el que sufre y el crucificado por causa de la justicia de este mundo, es
testigo de Dios. Rompe el sistema cerrado que se considera justo, fraterno y
bueno. Es mártir por la justicia, como Jesús y como todos los que lo siguen,
descubre el futuro, dejan abierta la historia para que ella crezca y produzca más
justicia que la que existe, más amor que el que está vigente en la sociedad. El
sistema quiere cerrar y encubrir el futuro. Es fatalista; juzga que no necesita
de reforma y modificación. Quien soporta la cruz y sufre en la lucha contra ese
fatalismo intra-sistémico carga la cruz y sufre con Jesús y como Jesús. Sufrir así
es digno. Morir así es valor.
3.
Cargar la cruz como Jesús la cargó significa,
por tanto, solidarizarse con aquellos que son crucificados en este mundo: los
que sufren violencia, son empobrecidos, deshumanizados, ofendidos en sus
derechos. Defenderlos, atacar las prácticas en cuyo nombre son hechos no
personas, asumir la causa de su liberación, sufrir por esta causa de esto: he
ahí lo que es cargar la cruz. La cruz de Jesús y su muerte fueron consecuencia
de este compromiso por los desheredados de este mundo.
4.
Tal sufrimiento y muerte por causa de los
otros crucificados implica soportar la inversión de los valores realizada por
el sistema, contra el cual alguien se empeña. El sistema dice: estos que asumen
la causa de los pequeños e indefensos, son subversivos, traidores, enemigos de
los seres humanos, maldecidos por la religión y abandonados por Dios (“maldito
el que muere en la cruz”). ¡Son aquellos que quieren revolucionar el orden! Por
el contrario, el que sufre y es mártir se opone al sistema y denuncia sus
valores y practicas porque constituyen orden el desorden. Aquello que el
sistema llama justo, fraterno, bueno, en realidad es injusto, discriminador y
malo. El mártir desenmascara el sistema. Por eso sufre la violencia de él.
Sufre por una causa de una justicia mayor, por causa de otro orden (“si vuestra
justicia no fuere mayor que la de los fariseos…”). Sufre sin odiar, soporta la
cruz sin huir de ella. La carga por amor de la verdad y de los crucificados por
quienes arriesgó la seguridad personal y la vida. Así lo hizo Jesús. Así deberá
ser cada seguidor a lo largo de toda la historia. Sufre como “maldito”, pero en
verdad es bendito; muere como “abandonado”, pero en realidad es acogido por
Dios. Así, Dios confunde la sabiduría y la justicia de este mundo.
5.
La cruz, por tanto, es símbolo de rechazo y
de violación del sagrado derecho de Dios y de todo hombre. Es producto del
odio. Empeñándose en la lucha para abollar del mundo la cruz, la persona sufre
sobre si la cruz impuesta e infringida por los que crearon la cruz. La acepta,
no porque ve en ella un valor, sino porque rompe su lógica de violencia con el
amor. Aceptar es ser mayor que la cruz; vivir así es ser mayor que la muerte.
6.
Predicar la cruz puede significar una
invitación a un acto extremo de amor y de confianza y del total descentramiento
de sí mismo. La vida posee su faceta dramática: existen los derrotados por una
causa justa, los desesperanzados, los condenados a la prisión perpetua, los
entregados a la muerte fatal. Todos de alguna forma penden de la cruz cuando no
tienen que cargarla onerosamente. Muchas veces tenemos que asistir al drama
humano, silenciosos e impotentes, porque cada palabra de consuelo podría ser
charlatanería, y cada gesto de solidaridad, resignación inoperante. La palabra
ahoga la palabra y la perplejidad seca las lágrimas en su fuente. Especialmente
cuando el dolor y la muerte son resultado de la injusticia que dilacera el
corazón, o cuando el drama es fatal, sin ninguna salida posible. Aun así tiene
sentido, contra todo cinismo, resignación y desesperación, el hablar de la
cruz.
El
drama no tiene necesariamente que transformarse en tragedia. Jesucristo, que
pasó por todo esto, transfiguró el dolor y la condenación a muerte, haciéndolos
un acto de libertad y de amor que se entrega así mismo, un acceso posible a
Dios y una nueva aproximación a aquellos que lo rechazaban: perdonó y se
entregó confiadamente a Alguien mayor. Perdón es la forma dolorosa del amor.
Entrega confiada es la total descentración de sí mismo para centrarse en
Alguien que nos sobrepasa infinitamente y para arriesgarse al Misterio, como
portador ultimo del Sentido del cual participamos pero que no hemos creado.
Esta oportunidad se ofrece a la libertad del ser humano: puede aprovecharla y
entonces queda sosegado en la confianza; puede perderla y entonces zozobra en
la desesperación. Tanto el perdón como la confianza constituyen las formas por
las cuales no dejamos que el odio y la desesperación se queden con la última
palabra. Es el gesto supremo de la grandeza del ser humano.
Que
morir así confiado y descentrado alcanza el último Sentido, lo revela la
resurrección, que es la plenitud de manifestación de la Vida, presente dentro
de la vida y de la muerte. El cristiano solo puede afirmar esto mirando hacia
el Crucificado que ahora es el Viviente.
7.
Morir así es vivir. Dentro de esta muerte de
cruz hay una vida que no puede ser absorbida. Ella está oculta dentro de la
muerte. No viene después de la muerte. Esta está dentro de la vida de amor, de
solidaridad y de coraje de soportar y de morir. Con la muerte se revela ella en
su poderío y en su gloria. Esto es lo que expresa san Juan cuando dice que la
elevación de Jesús en la cruz es la glorificación, que la “hora” es tanto la
hora de la pasión como la hora de la glorificación. Existe, por lo tanto, una
unidad entre pasión y resurrección, entre la vida y la muerte. Vivir y ser
crucificado así por causa de la justicia y por causa de Dios, es vivir.
Por
eso el mensaje de la pasión vine siempre unido con el mensaje de la
resurrección. Quienes murieron revelados contra el sistema de este siglo y
rehusaron entrar en los “esquemas de este mundo” (Rm 12,2), estos son los
resucitados. La insurrección por la causa de Dios y del otro, es resurrección.
La muerte puede ser sin sentido. Pero ella es la que tiene futuro y guarda sentida
en la historia.
8.
Predicar la cruz hoy, es predicar el
seguimiento de Jesús. No es pasividad ante el dolor no magnificación de lo
negativo. Es anuncio de la positividad, del compromiso para hacer cada vez más
imposible que unos seres humanos continúen crucificando a otros seres humanos.
Esta lucha implica asumir la cruz y cargarla con valor y también ser
crucificado con valor. Vivir así es vivir ya la resurrección, es vivir a partir
de una Vida que la cruz no puede crucificar. La cruz sólo la revela todavía más
victoriosa. Predicar la cruz significa: seguir a Jesús. y seguir a Jesús es
per-seguir su camino, pro-seguir su causa y con-seguir su victoria.
EL
MISTERIO Y LA MISTICA DE LA CRUZ
Vivir la cruz de nuestro
Señor Jesucristo implica una mística de vida. Esta mística se asienta sobre un
misterio: el misterio de una vida que se genera donde aparece la muerte, el
misterio de un amor donde se manifiesta el odio. La cruz resume todo esto.
Por una parte es el símbolo
del misterio de la libertad humana rebelde: es producida por la voluntad de
rechazo, de venganza y de autoafirmación hasta la eliminación del otro. Es
aquello que el ser humano puede llegar a ser cuando rehúsa a Dios. Es, pues, símbolo
del ser humano caído del no-ser-humano. Es símbolo del crimen.
Por otra parte, es símbolo
del misterio de la libertad humana en su poder: es cuando es soportada dentro
de un compromiso para superarla y volverla entonces más inviable en el mundo, la
cruz es símbolo de otro tipo de vida, descentrada de sí misma, la vida del
profeta, del mártir, de la persona del Reino de Dios. No provoca la cruz, sino
que la soporta; no sólo la soporta, sino que la combate, y al combatirla es
hecho víctima, al ser crucificado por la saña de aquellos que endurecieron el
corazón frente al hermano y a Dios; al ser crucificado, puede transfigurarla,
haciéndola sacrificio de amor por los otros. Es, pues, símbolo del hombre y la
mujer nuevos y vivientes. Es símbolo de amor.
Cada cruz contiene una
denuncia y un llamamiento. Denuncia el cerrarse de los humano sobre sí mismo
hasta el punto de crucificar a Dios. Es un llamamiento a un amor capaz de
soportarlo todo, hasta el punto de que el Padre entrega a su propio Hijo a la
muerte por sus enemigos. La cruz se presenta así como esencialmente ambigua.
Mantener permanentemente esta ambigüedad es condición para preservar su
carácter crítico, acrisolador, tanto de las pretensiones de auto-afirmación
humana como de nuestra imagen de Dios, impasible ante el dolor de los
crucificados de la historia.
Esta paradoja de la cruz no
se entiende por la razón formal ni por la razón dialéctica. Está más allá de
los logos abstractos. Es el logo tou
staurou, la lógica de la cruz (1 Cor 1, 8). La aproximación de la lógica de
la cruz no se realiza sino en la praxis: combatiendo, y asumiendo la cruz y la
muerte. Así como no se mata el hambre de un desfallecido haciéndole un discurso
sobre el arte culinario, así tampoco se resuelve el problema del sufrimiento
simplemente penando en él. Es comiendo como se mata el hambre. Es luchando
contra el mal como se supera su carácter absurdo.
Como dijo y vivió Pablo:
“Atribulados en todo, mas no
aplastados; perplejos mas no desamparados; perseguidos mas no abandonados;
derribados mas no aniquilados.
Como desconocidos, aunque
bien conocidos; como quienes están condenados a muerte, pero vivos; como
tristes, pero siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como quienes
nada tienen, aunque todo lo poseamos.” (2
Cor 4. 8-9; 6. 9-10).
Esta praxis revela lo que se
oculta en el drama de la cruz y de la muerte: el Sentido último de la Vida.
Nudus nudum Christum sequi:
DESNUDO SEGUIR A CRISTO DESNUDO; he ahí
la mística y el misterio de Cruz.
(“Tomado de: Pasión de
Cristo, Pasión del mundo, Indoamericana Press Service, Bogotá 1978; pag.
167-174; Sal Terrae, Santander (España) 1989, pag. 171; Paixâo de Cristo,
Paixâo do mundo, Vozes 1977, Petrópolis, pag. 158-164”).
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JAIRO OBREGON
19/04/2019
http://servicioskoinonia.org/relat/217