Sigue siendo para mí un gran
privilegio reescribir de las páginas de la historia qué, como el año pasado,
publiqué por esta vía del Blog personal, uno de los discursos más impactante de
la vida en pro de la justicia igualitaria del color y condición social.
Hablamos de Martin Luther King, el Martin Lutero Negro que defendió la causa de
la indiscriminación racial en los Estados Unidos de Norte América a principios
de los años 60 del siglo pasado.
Hoy, como siempre, debemos darle el debido
reconocimiento de su valentía e inteligencia cuando en estos momentos en
Ferguson, Missouri se desató una fuerte protestas por la muerte brutal de
Michael Brown, un joven de 18 años por parte de un policía de color blanco, el
9 de agosto de este año. La policía de inmediato actuó con severidad, tan igual
a los años 60 cuando King dictaba su discurso profético. Por eso, su mensaje e
inspiración no pasa de desapercibido.
Compartimos parte de su legado histórico.
Veamos.
“Estoy
orgulloso de reunirme con ustedes hoy, en la que será ante la historia la mayor
manifestación por la libertad en la historia de nuestro País.
Hace cien años, un gran estadounidense,
cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la emancipación.
Este trascendental decreto significó como un gran rayo de luz y de esperanza
para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de marchita
injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga noche de
cautiverio. Pero, cien años después, el negro aún no es libre; cien años
después, la vida del negro es aun tristemente lacerada por las esposas de la
segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el negro
vive en una isla solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad
material; cien años después, el negro todavía languidece en las esquinas de la
sociedad estadounidense y se encuentra desterrado de su propia tierra.
Por eso, hoy hemos venido aquí para
dramatizar una condición vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a la
capital de nuestro país, a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra
república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y la
Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense
habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que todos los hombres,
les serian garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la
búsqueda de la felicidad.
Es obvio hoy en día, que Estados Unidos ha
incumplido ese pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos negros. En lugar de
honrar esta sagrada obligación, Estados Unidos ha dado a los negros un cheque
sin fondos, un cheque que ha sido devuelto con el sello de ‘fondos
insuficientes’. Pero no reusamos a creer que el Banco de la Justicia haya
quebrado. Rehusamos creer que no haya suficientes fondos en las grandes bóvedas
de la oportunidad de este país. Por eso hemos venido a cobrar este cheque; el
cheque nos colmará de las riquezas de la libertad y de la seguridad de
justicia.
También hemos venido a este lugar sagrado,
para recordar a Estados Unidos de Norte América la urgencia impetuosa del ahora.
Este no es el momento de tener el lujo de enfriarse y tomar tranquilizantes de
gradualismo. Ahora es realidad las promesas de democracia. Ahora es el momento
de salir del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el camino soleado
de la justicia racial. Ahora es el momento de la justicia una realidad para los
hijos de Dios. Ahora es el momento de sacar a nuestro país de las arenas
movedizas de la injusticia racial hacia la roca sólida de la hermandad.
Sería fatal para la nación pasar por alto
la urgencia del momento y no darle la importancia a la decisión de los negros.
Este verano, ardiente por legítimo descontento de los negros, no pasará hasta
que no haya un otoño vigorizante de libertad e igualdad.
1963 no es un fin, sino el principio.
Quienes tenían la esperanza de que los negros necesitaban desahogarse y ya se
sentirá contentos, tendrán un rudo despertar si el país no retorna a lo mismo
de siempre. No habrá descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que los
negros se les garanticen sus derechos de ciudadanía. Los remolinos de la rebelión
continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que surja el
esplendoroso día de la justicia. Pero hay algo que debo decir a mi gente que
aguarda el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar
cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos
corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo la copa
de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el
camino elevado de la dignidad y de disciplina. No debemos permitir que nuestra
protesta creativa genere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos
a las majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza del
alma. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad negra, no
debe conducirnos a la desconfianza de toda la gente blanca, porque muchos de
nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí hoy, han llegado
a comprender que su destino está unido al nuestro y su libertad está
inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos caminar solos. Y al hablar,
debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia adelante. No podemos volver
atrás.
Hay quienes preguntan a los partidarios de
los derechos civiles, “¿Cuándo quedarán satisfechos?”
Nunca podemos quedar satisfechos mientras
nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles
de las carreteras y en los hoteles de nuestras ciudades. No podemos quedar
satisfechos, mientras los negros sólo podamos trasladarnos de un gueto pequeño
a un gueto más grande. Nunca podremos quedar satisfechos, mientras un negro en
Misisipí no pueda votar y un negro de Nueva York considere que no hay por qué
votar. No, no; no estamos satisfechos ni quedaremos satisfechos hasta que “la
justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente”.
Sé que algunos de ustedes han venido hasta
aquí debido a grandes pruebas y tribulaciones. Algunos han llegado recién
salidos de angostas celdas. Algunos de ustedes han llegado de sitios dónde en
su búsqueda de la libertad, han sido golpeados por las tormentas de la
persecución y derribados por los vientos de brutalidad policíaca. Ustedes son
los veteranos del sufrimiento creativo. Continúen trabajando con la convicción
de que el sufrimiento no es merecido, es emancipador.
Regresen a Misisipí, regresen a Alabama,
regresen a Georgia, regresen a Louisiana, regresen a los barrios bajos y a los
guetos de nuestras ciudades del Norte, sabiendo que de alguna manera esta
situación puede y será cambiada. No nos revolquemos en el valle de la
desesperanza.
Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a
pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño
profundamente arraigado en el sueño “americano”.
Sueño que algún día esta nación se
levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: “Afirmamos que estas
verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales”.
Sueño que un día, en las rojas colinas de
Georgia, los hijos de los antiguos esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa
de la hermandad.
Sueño que en un día, incluso en el estado
de Misisipí, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la
opresión, se convertirá en oasis de libertad y justicia.
Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día
en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los
rasgos de su personalidad.
¡Hoy
tengo un sueño!
Sueño que en un día, el
estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposición entre las
razas y anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los niños y
niñas negras, puedan unir sus manos y caminar unidos, como hermanos y hermanas.
¡Hoy
tengo un sueño!
Sueño que algún día los
valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más
escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de
Dios será revelada, y se unirá todo el género humano.
Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe
con la cual regreso al Sur. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la
desesperanza una piedra de la esperanza. Con esta fe podremos trasformar el
sonido discordante de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de fraternidad.
Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, sabiendo que algún día
seremos libres.
Ese será el día cuando todos los hijos de
Dios podrán cantar el himno con un nuevo significado, “Mi país es tuyo. Dulce
tierra de libertad, a ti te canto. Tierra de libertad mis antecesores murieron,
tierra orgullo de los peregrinos, de cada costado de la montaña, que replique
la libertad”. Y si Estados Unidos será grande, esto tendrá que hacerse
realidad.
Por eso, ¡que replique la libertad desde
la cúspide de los montes prodigiosos de Nueva Hampshire! ¡Que repique la
libertad desde las poderosas montañas de Nueva York! ¡Que repique la libertad
desde las alturas de las Alleghenies de Pensilvania! ¡Que repique la libertad
desde las rocosas cubiertas de nieve en Colorado! ¡Que repique la libertad
desde las sinuosas pendientes de California! Pero no sólo eso: ¡Que repique la
libertad desde la Montaña de piedra de Georgia! ¡Que repique la libertad desde
la Montaña de Lookout de Tennesse! ¡Que repique la libertad desde cada pequeña
colina y montaña de Misisipí! “De cada costado de la montaña, se repique la
libertad”.
Cuando repique la libertad y la dejemos
repicar en cada aldea y en cada caserío, en cada estado y en cada ciudad,
podremos acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios, negros y
blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, pueden unir sus manos y
cantar las palabras del viejo espiritual negro: ¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos
libres al fin!” [1]
JAIRO
OBREGÓN
28/08/2014
San Francisco, Venezuela
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