La
invasión comienza: Un 12 de Octubre, día fatídico, que suena
maravilla para quienes llegaron del otro lado (europeos), y horror para quienes
estaban de este lado (pueblos indígenas), siendo estos engañados por los
diablos, pués vinieron para: “hurtar, matar y destruir” como dijo Jesús de Nazaret.
Nada
que festejar: No se puede ni debe decir “Día de la Raza”, ni el “Encuentro
de Dos Mundos”, ni Día del Descubrimiento, ni el “Día de la Hispanidad”. Es
como darles las gracias por invadirnos para después, matar, saquear este
continente de la Abya Yala como era el nombre antes de ser llamada América. La sangre de
casi 100 millones de aborígenes o indígenas no puede quedar en el basurero de
la historia. Esto no se festeja.
¿Qué
nos quedó?: Eduardo Galeano (1940-2015), nuestro latinoamericano –de
siempre-, en su Libro inmortal de “Las Venas Abiertas de la América Latina” nos
sigue dando luces en medio de la oscuridad. Veamos.
Unos
ganan y otros pierden. ´´ “La
división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan
en ganar y otros en perder. [Capitalismo]. Nuestra comarca del mundo, que hoy
llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos
tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y
le hundieron los dientes en la garganta [y no han sacado sus dientes]. Pasaron
los siglos y América Latina [y el Caribe] perfeccionó sus funciones.
La
realidad y la fábula. Este ya no era el reino de las maravillas
donde la realidad derrota la fábula y la imaginación era humillada por los
trofeos de la conquista, los yacimientos de oro y las montañas de plata [hoy petróleo,
gas y demás].
La
región como sirvienta. Pero la región sigue trabajando como sirvienta
[sin eufemismos]. Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas,
como fuente de reservas del petróleo [aquí entra Venezuela] y el hierro, el
cobre [de Chile] y la carne [de Argentina], las frutas y el café [de Colombia,
Brasil, Centroamérica], las materias primas y los alimentos con destino a los
países ricos [por eso se consigue de todo] que ganan consumiéndolos, mucho más
de lo que América Latina gana produciéndolos [esto no se ve, ni se quiere ver].
“Precios
justos” o “Libre precio”. Son mucho más altos los impuestos que
cobran los compradores que los precios que reciben los vendedores; y al fin al
cabo, como declaró en julio de 1968 Covey T. Oliver, coordinador de la Alianza
para el progreso, “hablar de precios justos en la actualidad es un concepto medieval.
Estamos en plena época de libre comercialización” [este es credo neo liberal].
“Libertad”
para quiénes. Cuanta más libertad se otorga a los
negocios, más cárceles se hace necesario construir para quienes padecen los
negocios. [Los ricos no pagan cárceles, son los pobres].
Sistema
de inquisidores. Nuestro sistema de inquisidores y verdugos
[hay quienes defienden este sistema hasta con la vida] no solo funcionan para
el mercado externo dominante; proporcionan también caudalosos manantiales de
ganancias que fluyen de los empréstitos [hipotecas o garantías] y las inversiones
extranjeras en los mercados internos dominados [explotados, saqueados o
sancionados]. “Se ha oído hablar de concesiones hechas por los Estados Unidos
al capital de otros países… es que nosotros no damos concesiones”, advertía,
allá por 1913, el presidente norteamericano Woodrow Wilson. Él estaba seguro:
“Un país –decía- es poseído y dominado por el capital que en él se haya
invertido”. Y tenía razón.
Perdimos
el derecho de ser americanos. Por el camino hasta
perdimos el derecho de llamarnos americanos [fue un despojo de identidad],
aunque los haitianos y los cubanos ya habían asomado a la historia, como
pueblos nuevos, un siglo antes que los peregrinos del Mayflower se
establecieran en las costas de Plymouth. Ahora América es, para el mundo, nada
más que los Estados Unidos: nosotros habitamos, a lo sumo, una sub América de
segunda clase, de nebulosa identificación. [Racismo, exclusión, odio de
clases].
Las
venas abiertas. Es América Latina, la región de las venas
abiertas. Desde el descubrimiento [o invasión, saqueo] hasta nuestros días [no
ha cesado la extracción], todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o,
más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los
lejanos centros de poder. Todo: la tierra, sus frutos y sus profundidades ricas
en minerales, los hombres y su capacidad de trabajo y de consumo, los recursos
naturales y los recursos humanos. [Y ahora hasta el cambio climático se
convierte en recurso de explotación].
El
modo de producción. El modo de producción y la estructura de
clases de cada lugar han sido sucesivamente determinados, desde fuera, por su
incorporación al engranaje universal del capitalismo. A cada cual se le ha
asignado una función, siempre en beneficio del desarrollo de la metrópoli
extranjera de turno, y se ha hecho infinita la cadena de las dependencias
sucesivas, que tiene mucho más de dos eslabones, y que por cierto también
comprende, dentro de América Latina, la opresión de los países pequeños por sus
vecinos mayores y, fronteras adentro de cada país, la explotación que las
grandes ciudades y los puertos ejercen sobre sus fuentes internas de víveres y
mano de obra. (Hace cuatro siglos, ya habían nacido dieciséis [16] de las
veinte [20] ciudades latinoamericanas más pobladas de la actualidad).
Historia
o competencia. Para quienes conciben la historia como una
competencia, el atraso y la miseria de América Latina no son [es] otra cosa que
el resultado de su fracaso. Perdimos; otros ganaron. Pero ocurre que quienes
ganaron, ganaron gracias a que nosotros perdimos: la historia del sub
desarrollo de América Latina integra, como se ha dicho, la historia del
desarrollo del capitalismo mundial.
Nuestra
derrota. Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria
ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la
prosperidad de otros; los imperios y sus caporales nativos. En la alquimia colonial
y neo colonial, el oro se convierte en chatarra, y los alimentos se convierten
en veneno.
La
explotación desde 1492. Potosí, Zacatecas y Oruro Preto
cayeron en picada desde la cumbre de los esplendores de los metales preciosos
al profundo agujero de los socavones vacíos, y la ruina fue el destino de la
pampa chilena del salitre y de la selva amazónica del caucho; el nordeste
azucarero de Brasil, los bosques argentinos del quebracho o ciertos pueblos
petroleros del lago de Maracaibo [se hundió la tierra de tanta extracción de
las empresas extranjeras de petróleo, de eso sabemos mucho, y nunca se
disculparon] tienen dolorosas razones para creer en la mortalidad de las
fortunas que la naturaleza otorga y el imperialismo usurpa.
Los
explotadores son también explotados. La lluvia que irriga a los
centros del poder imperialista ahoga los bastos suburbios del sistema. Del
mismo modo, y simétricamente, el bienestar de nuestras clases dominantes
–dominantes hacia dentro, dominados desde fuera- es la maldición de nuestras
multitudes condenadas a una vida de bestia de carga. [Y después, nos quieren
venir a salvar, como decía Galeano, “no quiero que me salven…”].
La
brecha se extiende: Hacia mediados del siglo anterior, el nivel
de vida de los países ricos del mundo excedía en un cincuenta por ciento [50%]
el nivel de los países pobres [por ello, no hay países pobres, hay países
empobrecidos]. El desarrollo desarrolla la desigualdad: Richard Nixon anunció,
en abril de 1969, en [su] discurso ante la OEA, que a fines del siglo veinte
[XX] el ingreso per cápita en los Estados Unidos sería quince veces más alto
que el ingreso en América Latina [y después se quejan de tantos inmigrantes que
ven el sueño americano para luego ver la pesadilla de ese sueño].
La
causa es la desigualdad. La fuerza del conjunto del sistema
imperialista descansa en la necesaria desigualdad de las partes que lo forman,
y esa desigualdad asume magnitudes cada vez más dramáticas. Los países
opresores se hacen cada vez más ricos en términos absolutos, pero mucho más en
términos relativos, por el dinamismo de la disparidad creciente.
El
capitalismo central y sus mitos. El capitalismo central
puede darse el lujo de crear y creer sus propios mitos de opulencia, pero los
mitos no se comen, y bien lo saben los países pobres que constituyen el basto
capitalismo periférico. El ingreso promedio de un ciudadano norteamericano es
siete veces mayor [para la época] que la de un latinoamericano y aumenta a un
ritmo diez veces más intenso.
Los
promedios engañan. Y los promedios engañan, por los
insondables abismos que se abren, al sur del rio Bravo [frontera con México],
entre los muchos pobres [como los haitianos golpeados por la caballería montada.
Salvo los venezolanos que pasan el río Bravo casi ilesos, puesto que salen con
dinero en dólares y ya se ven hasta coyotes venezolanos, que tal] y los pocos
ricos de la región. En la cúspide, en efecto, seis millones de latinoamericanos
acaparan, según las Naciones Unidas, el mismo ingreso que ciento cuarenta
millones de personas ubicadas en la base de la pirámide social. Hay setenta
millones de campesinos cuya fortuna asciende a veinticinco [25] centavos de
dólar por día [como de manera sistemática han golpeado nuestro signo monetario
con un dólar paralelo y hemos tenido que reconvertir varias veces la moneda del
Bolívar rumbo a un Bolívar Digital y establecer una divisa propia llamada
Petro, aun cuando esta gran parte dolarizada la economía venezolana, todavía];
en el otro extremo los proxenetas de la desdicha se dan el lujo de acumular
cinco millones de dólares en sus cuentas privadas de Suiza o Estados Unidos
[por lo mínimo hoy en día], y derrochan en la ostentación y el lujo estéril ‘ofensa
y desafío’ y en la inversión total, los capitales que América Latina podría
destinar a la reposición, ampliación y creación de fuentes de trabajo.
Constelación
del poder imperialista.
Incorporadas desde siempre la constelación del poder imperialista,
nuestras clases dominantes no tienen el menor interés en averiguar si el
patriotismo podría resultar más rentable que la traición o si la mendicidad es
la única forma posible de la política internacional [todos unos borregos]. Se
hipoteca la soberanía [de esto sabemos mucho, aquí los llamamos vende patrias]
porque “ya no hay otro camino”; las coartadas de la oligarquía confunden
interesadamente la impotencia de una clase social con el presunto vacío de
destino de cada nación. [Cayendo en el FMI y los fondos buitres].
El
descaro. Josué de Castro declara: “Yo, he recibido un premio
internacional de la paz, pienso que, infelizmente, no hay otra solución que la
violencia en América Latina”.
El
centro de la tormenta. Ciento veinte millones [120 millones] de
niños [as] se agitan en el centro de la tormenta. La población de América
Latina crece como ninguna otra; en medio siglo se triplicó con creces. Cada
minuto muere un niño [a] de enfermedad o hambre, pero en el año 2000 habrá
seiscientos cincuenta millones de latinoamericanos, y la mitad tendrá menos de
15 años de edad: una bomba de tiempo. [Por la gran desigualdad social, los
ricos se hacen más ricos y los pobres se hacen muchísimo más pobres, nunca se
habla de una tal clase media.].
Las
consecuencias. Entre los doscientos ochenta millones de
desocupados o sub ocupados y cerca de cien millones [100 millones] de
analfabetos [salvo Cuba y Venezuela en la actualidad declarados zona libres de
analfabetismo por la UNESCO]; la mitad de los latinoamericanos viven apiñados
en viviendas insalubres [y sigue en aumento alarmante].
La
competencia incompetente. Los tres mayores mercados de América
Latina –Argentina, Brasil y México- no alcanzan a igualar, sumados, la
capacidad de consumo de Francia o de Alemania occidental [antes de la caída del
muro de Berlín], aunque la población reunida de nuestros tres grandes excede largamente
a la de cualquier país europeo.
Menos
alimentos. América Latina produce hoy día, en relación con la
población, menos alimentos que antes de la última guerra mundial [para la época],
y sus exportaciones per cápita han disminuido tres veces [según la CEPAL hemos
retrocedido 100 años por la pandemia], a precios constantes, desde la víspera
de la crisis de 1929 [cuando se desplomó la economía de los Estados Unidos, no
todo es películas].
La
venta del alma al diablo. El sistema es muy racional desde el
punto de vista de sus dueños extranjeros y de nuestras burguesías de
comisionista, que le han vendido el alma al Diablo a un precio que hubiera
avergonzado a Fausto. [Y esa clase burguesa se arrastra cada vez más
entregándolo todo a costa de unos cuantos dólares, nada ha cambiado, es más
esto se intensifica de manera descarada].
El
sistema y sus contradicciones. Pero el sistema es tan
irracional para todos los demás que cuanto más se desarrolla más agudiza sus
desequilibrios y sus tenciones, sus contradicciones ardientes. Hasta la
industrialización, dependiente y tardía, que cómodamente coexiste con el
latifundio y las estructuras de la desigualdad, contribuye a sembrar la
desocupación [desempleo] en vez de ayudar a resolverla…” ´´. (Las Venas
Abiertas por Eduardo Galeano / Editado por “Ediciones La Cueva” / Historia
Inmediata / PDF / páginas 3 y 4 / UNEFA / Fuente Web: http: //www.unefa,
edu.ve).
Por
qué es importante. Desde la llegada de los europeos que desde
1492 se abrieron las venas que desangran nuestra civilización, nuestra
americana, y no se ha cerrado esas venas. Y ahora, no es que no ha cesado, es
por el contrario “un nuevo coloniaje” –dijo Simón Bolívar- hemos heredado. No es
que es nuevo como tal, es la continuación del viejo rapaz coloniaje que no ha
muerto, sigue vivo. Las venas siguen abiertas y llegará el día que sean
cauterizadas. Este siglo deberá ser de la completa liberación de la América
Latina y el Caribe.
Cierres. Sea
este 12 de octubre un recordatorio doloroso de lo que sucedió. Pero no cerremos
desde la desesperanza. Otra América Latina y el Caribe es posible, desde la
solidaridad, desde la cooperación, desde el amor que une de verdad. Y nuestra
verdad nos hace libres.
En esto pensad
JAIRO OBREGÓN
12/10/2021
Maracaibo, Venezuela