Vivimos ante nuestros ojos
una condición impuesta por la mentalidad colonizada y estereotipada ilustrada
para el egoísmo y el desinterés. Es casi cotidiano lidiar con el dolor de todo
tipo que nos acostumbramos a ver el mal de otro sin mover ni un musculo de la
cara, ni impresión alguna, ni siquiera nos damos por enterado. Por supuesto,
sino es una marca o moda que comprar, no nos importa. Lo que realmente es
relevante es lo que la billetera compra descontroladamente, eso sí importa de
verdad. Esto no se menciona.
El drama humano en que nos
encontramos ante la debacle económica y social está causando un “egolatrísmo”
inclinado al desprecio y negación del otro. El mundo está mirando la masacre de
un pueblo paulatinamente, por su condición, su color, su procedencia, su fe o
religión. Estamos hablando del pueblo palestino, como el sirio, como el libio
[…] por sus recursos naturales. Ante esta realidad cruda nos enfrentamos con
plausible indolencia e indiferencia.
“La indolencia es la causa o compañera que no viven
espiritualmente, es decir, que no son conscientes y no obran apropiadamente. Es
inseparables de personas corruptas, de ladrones y de criminales.
Indolencia por un lado
significa flojera, pereza o haraganería, y por el otro, indica insensibilidad y
el no conmoverse ante el dolor propio o de terceros. Esto se debe a que en la
antigua mitología griega la divinidad que personificaba la indolencia también
representaba a la pereza. Su nombre era Ergia y convivía con otras deidades que
representaba al sueño, la quietud y el silencio. Se le pintaba como un ser
somnoliento, dormía en medio de telarañas y se mostraba contrapuesto al
trabajo.
Desde un punto de vista
psicológico, una persona indolente describe a quien no se afecta o conmueve
ante el dolor. La indolencia social incluye ser indiferente ante el sufrimiento
de una o más personas o de una comunidad.
La indolencia social se presenta
en algunas comunidades producto de un fatalismo provocado por la desesperanza y
no poder cambiar el trágico entorno donde habitan, ni poder ‘salir de abajo’
aunque no se hagan esfuerzos notables en el trabajo. La obligada resignación y
una aceptación forzada de la dura realidad, produciría en algunos la indolencia
y una actitud de poca o ninguna solidaridad. En este caso, nos referimos a la
indolencia social que encontramos en algunos niveles desposeídos de la sociedad.
En casos individuales, sin importar el nivel socioecómico, el indolente es una
persona egoísta por naturaleza, generalmente inescrupulosa, superficial. No
reacciona ante calamidades ni tragedias.
Los indolentes no piensan en
los demás, se concentran en sí mismos. Esto les permite no sentir
remordimientos, recatos ni consideraciones con otros. Así, los delincuentes son
indolentes con sus víctimas y los corruptos son insensibles al daño que
ocasionan.
También nos encontramos con
los indolentes ‘pasivos’ que se concentran en su propia existencia, ocupados en
lograr sus propios objetivos sin ‘ver para los lados’, aunque algunos sea
arribistas y perjudiquen a otros para ellos ‘subir’ o ‘ascender’. Entre los
indolentes pululan los fríos y calculadores y los indiferentes apáticos. Los
indolentes normalmente terminan solos y abandonados.
Se puede dejar de ser
indolente adhiriéndose a una causa común con miembros de su comunidad,
participando en apoyo y respaldo en distintos eventos, siendo solidarios con
las personas cercanas y con la comunidad donde se viva. El conocer los
problemas de otros, aportar soluciones o colaborar con ello, poco a poco,
despertará el interés y en algún momento la indolencia dará paso a la
sensibilidad, al entusiasmo y a existir en sentido social” [1]
JAIRO
OBREGÓN.
02/08/2014
Maracaibo, Venezuela.