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domingo, 5 de enero de 2020

JESUS DE NAZARET: ¿INMIGRANTE Y REFUGIADO POLITICO?

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Jesús de Nazaret de Galilea es el hombre más influyente de la historia, según analistas occidentales mayormente. Su nacimiento, su vida pública, su misión, su opción por los pobres, su muerte y su resurrección es un referente incuestionable. Jesús no pasa desapercibido en la historia. Todo se ha hablado de Jesús: ricos y pobres, letrados e iletrados, todos tienen a Jesús una guía de luz en medio de la gran oscuridad. Podemos deducir parafraseando el evangelio: los pueblos en tinieblas vieron gran luz, luz les resplandeció (Isaías 9: 2; Mateo 4: 16). Hoy pedimos que nos ilumine el camino, la verdad y la vida.


Sigo a Jesús de Nazaret de Galilea de los gentiles y las Buenas Nuevas que predicó y enseñó de manera singular y plural. Su misión y opción por los pobres fue y sigue siendo la tarea restante. Como cristiano laico, teólogo laico, educador y librepensador escribo en el quehacer prof-ético. Veamos en contexto.

Me es un privilegio suscribir del eminente filósofo, teólogo entre sus muchos estudios. Al Padre de la Filosofía de Liberación, el escritor Enrique Dussel, nuestro latinoamericano, quien escribió un artículo que para muchos sonará duro y para otros entendible con una mente abierta, en la cual plantea en una contextualización del nacimiento de Jesús que suena observable. Lo he tomado del mi amigo Obispo Gamaliel Lugo (UEPV), en su cuenta de Facebook, y me pareció muy propio en estos tiempos históricos y hasta histéricos –diríamos.

DE UN INMIGRANTE Y EXILIADO POLITICO: JOSHÚA DE NAZARET:

La filosofía política nos permite realizar una hermenéutica filosófica de narrativas  contenidas en textos religiosos. Lo que se llama Navidad es una festividad de las culturas del Mediterráneo y de otros pueblos en la que se celebra al 21 de diciembre, el día más corto del año, porque desde ese día el sol habría de ir “creciendo”. Era el solis natale. Desde el tercer siglo dC, el cristianismo adoptó esa fiesta, que no era ni judía ni cristiana, y celebró el nacimiento de Joshúa de Nazaret. Las circunstancias de ese nacimiento pasan frecuentemente desapercibidas, fetichizadas bajo sentidos completamente superficiales.

Se sabe que el emperador romano del momento ordenó efectuar un censo para poder cobrar los tributos de sus súbditos coloniales. Palestina era colonia romana. La familia de Joshúa, descendiente de la dinastía de David, rey de pequeño reino entre el de Egipto y los de la Mesopotamia, debieron ir a Belén, lugar de nacimiento del indicado reyezuelo. Como no tenían recursos, eran inmigrantes pobres, María debió dar a luz al niño en condiciones de indigencia: “lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no encontraron sitio en la posada” (Lucas 1, 7). ¡Pobres inmigrantes entonces! ¡Un latino o mexicano en el imperio estadounidense! Pronto la situación agravará.

Y esto porque la monarca colonial colaboracionista del imperio romano, siendo Herodes un usurpador no de estirpe real, al enterarse que había la posibilidad del nacimiento de un descendiente de David, temiendo que un día le disputara el poder, ordenó “matar a todos los niños de dos años a bajo en Belén y sus alrededores” (Mateo 2, 16). José tuvo noticias de que “Herodes buscaba al niño para matarlo. [Por ello] José se levantó, tomó la niño y su madre de noche [propio de un asustado perseguido], se fue a Egipto y se quedó allí hasta la muerte de Herodes” (Ibid., 13-14).

Vemos entonces que la vida de Joshúa se inició en el peligro de la pobreza, la humillación, la opresión (nació en un pesebre), y no bien nacido casi lo asesinan (de no ser por los buenos informantes que tenía José). ¡Era entonces un perseguido político! Y léase bien: perseguido político y no religioso, porque se lo intentó asesinar porque en la “genealogía de Joshúa, el Ungido, [estaba indicado que era] descendiente de David” (Ibid., 1,1).

En uno de mis viajes a Egipto en los 80, en el Cairo –relata Dussel-, me tocó en el barrio antiguo copto visitar una iglesia donde la comunidad bizantina celebra la estadía de Joshúa en Egipto. Ese día cobré conciencia de que el tal Joshúa había sido un exiliado político en Egipto, y por ello un inmigrante indefenso. Debo indicar que esa estadía en Egipto no le fue a Joshúa inútil. En efecto, Joshúa debió aprender muchas cosas en su estadía en esa gran civilización –inmensamente más desarrollada que su pequeña patria palestina-. Entre lo que aprendió fueron los criterios éticos universales que enumera como principios en el juicio final (acontecimientos celebrado en las tradiciones egipcias, y que tenía a la gran diosa de la justicia Ma´at por protagonista y que como jueza suprema preguntaba al muerto, que pedía la resurrección, que había hecho de bueno en su existencia; a lo que el muerto respondía: “Di pan al hambriento, agua al sediento, vestido al desnudo, y una barca al peregrino” –capítulo 125 del Libro de los muertos de Egipto, que Joshúa reproduce en Mateo 25, enunciado mucho más completo que los sugeridos por Isaías).

Lo cierto es que aquella familia de exilados políticos e indefensos inmigrantes cuando tuvieron información de que “murió Herodes […José] se levantó, tomó al niño y a su madre y entró en Israel” (Ibid 2,21). Pero, como toda familia de exiliados políticos, “tuvo miedo de ir allá”, y esto porque “Arqulao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes”. Fue por ello que prefirió estar lejos de Jerusalen donde los servicios de inteligencia de la época eran menos activos, y por ello “se retiró a Galilea” (Ibid. 22-23).

Pero no es todo. Al final de su vida, aquel laico (porque Joshúa nunca fue sacerdote, y celebró cultos propios de todo padre de familia, como el hagadá, la “última cena”) enderezó su crítica en primer lugar contra la corrupción de la religión de su pueblo (“toda crítica comienza por la crítica a la religión”, dirá siglos después un descendiente judío alemán), y que entrando al templo de Jerusalen “volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían, diciéndole: Mi casa será casa de oración, pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones” (Mateo 21,13), claro que, al menos, no debió criticarlos por protectores de peredastas. Podemos decir que Joshúa era anticlerical, cuando el sacerdocio se ha burocratizado y transformado en cómplice político del poder, éste mismo también fetichizado.

Aquel Mesías (en el significado de Walter Benjamín) profético (no davídico o político) vivió toda su vida desde la experiencia “del tiempo que resta” (en el sentido de Giorgio Agamben), como alguien con tal responsabilidad por los pobres y las victimas que en poco valoraba salvar su vida que estaba empeñada en la lucha contra la injusticia y el dominio de los poderosos (del templo, de la patria colonial y del Imperio). Por ello, al final, fue acusado de “rebelar el pueblo” (“rebela al pueblo con su enseñanza”; Lucas 23,5) contra el rey palestino Herodes, el hijo, y el mismo Imperio romano. Al final es crucificado (la cruz era la silla eléctrica política de aquella época). La cruz er­a la condena política contra los terroristas que se levantaban contra la ley sagrada del Imperio. Esa acusación era nuevamente una acusación política, no religiosa (porque Pilatos no la hubiera aceptado o no le hubiera dado importancia de haber sido solo una acusación religiosa).

Por ello, el exiliado político en Egipto terminó asesinado bajo acusación de rebelión política, y con un cartel sobre la cruz que nada indicaba de religioso: “Joshúa de Nazaret, rey de los judíos” (Mateo 27, 38), titulo político y no religioso que el mismo Joshúa aceptó (“-¿Eres tú el rey de los judíos? […] –tú lo estás diciendo” –respondió Joshúa; Ibid. 11). Lo que más molestó a los traidores políticos y religioso coloniales judíos, y al soldado del Imperio, era la predica profético política de Joshúa que al dar fundamento a los pobres y humillados de sus luchas contra la dominación, esos explotados se transformaban en actores de la historia desde el postulado de un Reino de justicia fraterno. ¡Lo cierto es que dicho postulado terminaran por transformar desde abajo todo el Imperio romano, y a otros posteriormente!

Navidad es una extraña festividad absolutamente fetichizada e invertida en un sentido fuerte, político, profético, critico. ¡El mercado y las complicidades de los políticos, de los cristianos y sus jerarcas la han desvirtuado! –fin del artículo de Dussel. (Enrique Dussel | De un Inmigrante y Exiliado Político: Joshúa de Nazaret |  https://www.jornada.com.mx › 2007/12/27 | F/Web).

Jesús o Joshúa, fue, y es, en su lado humano una persona que nació, vivió y padeció todo el drama humano desde la pobreza, la exclusión, el atropello, la discriminación, intimidación desde que nació hasta que murió. Toda su vida fue al contraste de los patrones establecidos de la cultura domínate, aún política en su emporio y también de la complicidad religiosa en ambos extremos. No muy bien había nacido y se convirtió en un migrante y exiliado político primeramente. Tuvo que huir con sus padres a otro país/nación (de “Egipto llamé a mi Hijo”, declara el evangelio de Mateo 2: 1-15) –y por qué no, adquirir otra naturalización o nacionalidades en su época- y aprender de otras culturas si se quiere, es posible. Lo importante es que no fue ajeno con los pobres, ni marginados, ni migrantes de su mundo. Actualmente, su vida, su enseñanza, su ejemplo, su misión es signo de esperanza en medio del caos y situación en la que estamos dos mil años después. Sigamos sus pisadas y huellas en el camino de la vida.

En esto pensad

JAIRO OBREGÓN

25/12/2019

Maracaibo, Venezuela