En toda
religión siempre ha existido la lucha por el poder para la exclusión como plataforma.
No es de extrañar la descomposición de los valores para lograr sus fines
contrapuestos. La iglesia como estructura utilitaria no escapa de este
entramado; mirando de manera centrípeta, codeándose con los que consideran de
su mismo signo o bajo su egida proteccionista.
En otras palabras la lucha de clases sociales se acentúa de manera
manipuladora en detrimento de sus feligreses o miembros. Esa lucha se
monopoliza cuando consideran que los no recibidos intentan acercarse, prenden
las baterías de la silenciación y acorralamiento
para neutralizar e invisivilizar la amenaza, cuando no se han dado la tarea de
mirar más allá de las apariencias. Sin embargo, se habla del amor al prójimo,
pero los ventajismos, la acepción y la diferenciación […], la praxis de esto,
dista mucho del lenguaje confuso entre lo dicho y lo hecho. Veamos pues.
Todo cristiano que ha leído las Escrituras sabe que: “Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro
glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas”[1]
como una axioma santiaga, por ende: “porque
no hay diferencias entre judío y de griego; porque el mismo es el Señor de
todos, rico para con todos los que lo invocan”[2]
como máxima paulina. Esto es cierto, no lo niego. Pero como cuesta ver esta
palabra en las congregaciones de las iglesias signadas entre el disimulo casi
imperceptible con elogios y congratulaciones, fuera del alcance de los que le
son incómodos por no pertenecer, y si se pertenece, entonces, debe arriar
bandera a sus directrices.
La obsesión por controlarlo todo los aleja de la realidad negando la
condición o necesidad de sus hermanos. Esta manipulación conlleva a los que los
estudiosos de la psiquis podrían definir una “negación de la realidad”. Puede
saber o entender lo que pasa aun, pero sus privilegios, o intereses o su clase
social no los hace integrar en la realidad con sus semejantes.
Cuando un grupo controla todo esto tarde o
temprano traen fricción, descontento, desunión entre muchos otros males. Eso se
sabe de antemano, sin embargo, se veja y veta a los demás cayendo en la
manipulación como método de dominio.
“En mi iglesia no pasa nada de eso”, “aquí todos somos iguales”, “todos
nos amamos de corazón”, sí puede ser cierto, eso no está en discusión. Podrá
taparse su disimulo una y otra vez, pero, seguirá siendo y es simplemente la
lucha por el poder. Esta es la verdad.
Observo, que ya no son los lideres manipuladores “acepcionistas” o “diferencionistas” permitiéndome los términos,
sino que el grupo aprendió las condición de ese conductismo, repite y defiende con ahincó la brecha de los unos sí
predilectos y la de los otros no predilectos.
Lo peor de un acepcionista o un diferencionista es que se traiciona así
mismo y al evangelio de inclusión. Tarde o temprano tendrá que tomar una
decisión entre sus privilegios o la igualdad. Ese será su problema y conjura. Lo que pasa que los privilegios los llevan
desde arriba, los de abajo la igualdad. De esa manera se logra el control por
el poder haciendo ver todo lo contrario.
Reflexione una anécdota para finiquitar, se cuenta que en “al finalizar
la segunda guerra mundial, la Alemania Nazi había sido derrotada. Una iglesia casi
toda destruida por los embates de la guerra se estaba dando una predicación
dominical. El Reverendo pronunció unas últimas palabras diciendo: ‘si hay algún
judío presente aquí, salga de inmediato. Sentenció con voz audible. Al instante,
se levantó un hombre pobre, de pelo largo, de unos 33 años de edad, cerró la
puerta con suavidad y desapareció, su nombre era JESÚS”[3].
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2013-01-29
horas: 1 pm. San Francisco, Venezuela.
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JAIRO OBREGÓN
FUNDACIÓN MISIONERA OBREGÓN
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